El altar rasga el celaje de luces entre rosarios henchidos de flores. El humo estira la neblina de sus estrías para sofocar las llagas de las ventanas. La noche con su lengua de bruñido frío abriga con cendales el nimbo de la luna. La música con sus labios polifónicos restriega los resquicios del silencio. Las palabras en su oleaje de alquimias tejen abecedarios de añoranzas. Las plegarias amamantan un guiño solitario en las entrañas sublimes del fervor. Los pasos envuelven las indulgencias en el paseo del muerto. Arturo Hernández
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