Rehiletes de ruidos amamantan sueños,
deshojan voces azules, murmullos verdes,
curiosidades que se confiesan frígidas.
La luz inhala sombras,
abrevia ojos en un cuerpo.
Cenizas de algodón
alimentan las astillas de los números.
El rastro niño es silencio,
a veces un delgado bullicio
cuando siluetas ajenas degüellan los hilos
y estornudan lágrimas en el velo
para inundar la garganta del inventario.
Un guiño del viento dilata su vientre,
inaugura puertas, sonroja al miedo,
pervierte el aliento de la luna,
los gemidos del sol,
la sangre del suelo,
los puntos cardinales de la historia.
Arturo Hernández