Desde cierto punto de vista puede ser una historia cómica. Parece que con el paso del tiempo, los oficios han de reciclarse para adaptarse a los cambios o convertirse en una reliquia del pasado. Es que el mundo cambia que da vértigo. Para cagarse de la risa en Plaza de Armas. 09 horas. Mucho frio. Un frente frio azotaba el norte y en el centro del país se sentía muchísimo. Se levantó. Esta encabronado. Éste tenía el ceño corrugado y la misma catadura del Tío Lucas de Los Locos Addams. Sin ropas de abrigo; apenas cubierto con unos jirones de lo que pudo ser una chamarra de raso azul cielo. Los cabellos enmarañados, de un color indefinido. Guardo veinte mugres pesos en el cajón que tiene bajo llave en la silla de bolear. El día comenzaba bien. Primero le dio a los zapatos del funcionario una pasada con el cepillo de crin, para eliminar el polvo. Después aplicó con una brocha la cera de abeja, que después retiró con la ayuda de un pañuelo. Luego, otra pasada con el cepillo. No sin voltear continuamente a la derecha y a la izquierda y, de izquierda a la derecha como no podía ser de otra manera. A partir de ahí, aplicó aguarrás con otro trapo para limpiar impurezas en el cuero a los zapatos del funcionario de palacio de gobierno. Con ayuda de una brocha aplicó el betún negro para después otra pasada más con el cepillo y, por último una buena tallada con el pañuelo con sus peludas manos. Todo el puto día tenía para lustrar zapatos , este oficio, que casi se ha convertido en una estampa tradicional mexicana, parece estar enfrentando el peligro de extinción. Minutos antes acomodo la antena del radio para escuchar al programa de radio de género cómico llamado La Tremenda Corte, el cual se produjo en la Habana, Cuba que tenía como protagonistas a Leopoldo Fernández, Aníbal de Mar, Mimí Cal, Norma Zúñiga, Adolfo Otero y Miguel Ángel Herrera. Como siempre, no cogió bien la señal.
Había terminado de lustrar los zapatos al funcionario público que ni tardo ni perezoso camino a palacio de gobierno donde puede darse la impunidad y los excesos. No estaba para nadie. Camino rapidamente. Toco la puerta de palacio de gobierno con insistencia. Le abrieron la pareja de policías intramuros. Les vio sin apartar sus ojos incesantes de la pareja de policías intramuros que parecía que iban a romper a llorar de un momento a otro temerosos por el futuro de su placa. Entro y cerraron la puerta. Con las mejillas sonrosadas del rubor, se cuadraron y saludaron al funcionario, sin ser uno de los más prestigiosos de la administración deshaciéndose en disculpas. En lo suyo. Su chamba. Lo que había que hacer no era mucho. Ella con el pelo aun mojado. Él un tipo con cara de güeva, lampiño y corpulento. El funcionario entró luciendo zapatos limpios y llenos de brillo y se perdió en el palacio. Ante la vista de la pareja de policías intramuros.
El bolero y el funcionario habían conversado. Aquel le saco la plática. Le hablaba con propiedad. Quería hacerle ver que tenía maneras refinadas. Le hacia la barba era lo que hacía. El funcionario aguantaba la plática. Metido en chamara de gusto refinado. No estaba para escuchar al cabrón de oficio bolero. Le contestaba con arrogancia. Impecable en el vestir y refinado en el hablar. No estaba sin ningunos deseos de compartir nada con nadie mientras un dulce olor a café del Café Marrón empapaba el ambiente. Mucho menos conversar con alguien que masticaba chicle y que levanta la cabeza como periscopio de submarino de vez en cuando a la derecha y a la izquierda y de la izquierda a la derecha. Homo homini lupus. Nada nuevo bajo el sol.
El bolero se levantó de su lugar de trabajo. Se siente muy chingon. Había sentido de pronto un rayo eléctrico por todo el cuerpo, dejándolo inquieto y nervioso. Sin mediar palabra con sus compañeros de trabajo. Tiene allí treinta años. Es el líder de los boleros de esa plaza. Les asignó a dos de sus hermanos carros para este mismo oficio al fallecimiento de dos boleros en esa plaza. Sus hermanos también se sienten muy chingones, pero no tanto como aquel que les consiguió sus carros para bolear zapatos.
Inicio con administraciones priistas que las vio perder ante el panismo en el marco de las transformaciones del sistema político que para muchos anunciaba un “fin de régimen” y que repitió otro sexenio y vio regresar al priismo por un sexenio para ver de nuevo al panismo en palacio de gobierno que entregó el palacio de gobierno al priismo por otros seis años para luego regresarlo al panismo. En fin.
Su oficio está en extinción. Algunos se los atribuyen a la disminución del uso del zapato de cuero. Incluso en el ámbito profesional, los tenis y otros tipos de zapato deportivo son los más usados en la actualidad. Con todas las administraciones ha trabajado. Se jacta que gracias a su influencia metió a dos de su familia hermanos al gobierno: uno de sus hijos y otro de sus hermanos. Camino rápidamente. La cosa iba en serio. Tenía que. Llevaba una gran bolsa con cinco pares de zapatos de mujer. Los demás días habían sido muy jodidos.
A Plaza de Armas estaban llegando unos manifestantes. No diez. Ni veinte. Eran cuatro centenas de manifestantes. Ordenados. Por poco y choca con dos de ellos. Sin darse cuenta. Era tanta su prisa como alma que lleva el diablo. Mientras caminaba aprisa se llevó una mano a la bolsa del pantalón y extrajo la cartera. Saco una tarjeta telefónica. Una cadena humana le cerró el paso. “ gobierno represor, gobierno represor” repiten a su alrededor con entusiasmo febril. La multitud vocifera el nombre del gobernador y lo señala como represor una y otra vez una y otra vez. Todos parecen estar poseídos por un magnetismo delirante. El bolero con agilidad felina rompió el cerco. Lleva prisa. Va al teléfono público. Marco. De los edificios vecinos se asoman de vez en cuando personas. Escupió el chicle con la violencia de una bala. Con quejumbrosa voz reporto que un grupo de manifestantes llegaba a Plaza de Armas. Poco a poco la plaza se estaba llenado de manifestantes. La Plaza de Armas ya no era la plaza donde no pasa nada. Dio santo y seña. Número de manifestantes. Consignas y líderes.
Augusto Sebastián [email protected]
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